domingo, 7 de febrero de 2010

Homilia Domingo 5° Ordinario C.


Homilia Domingo 5° Ordinario C.


Por el Padre Alejandro Illescas Molina. SF



Pedro estaba muy seguro de saber pescar. Los peces se esconden durante el día, y si en la noche no se pudo pescar, en el día menos.

Jesús lo invita a mirar más allá, a creer en lo insólito, a fiarse de Él.

No sin dificultades, Pedro, confía en su palabra… y redescubre su pequeñez, se vuelve a ver a sí mismo insignificante ante la grandeza de Dios.

Lo mismo le pasó a Isaías en la visión del Templo y a Pablo, que después de su presuntuosa persecución de la Iglesia, ahora se considera como un aborto indigno en la tarea apostólica. Ya no confía en sí, sino en Dios.


PINTA MI PALACIO

Había una vez un rey de la India que edificó un palacio. Era el palacio más maravilloso que jamás se hubiera construido sobre la tierra y, cuando estuvo concluido, el rey, orgulloso de su obra, concibió el deseo de que el mejor pintor del reino hiciera un cuadro donde se viera todo el palacio en su esplendor.

El gran maestro pintor se había retirado ya y vivía en la selva, pero aceptó volver a coger los pinceles en servicio de la corona y del pueblo. Cuando estuvo ante el rey, el rey le insistió que el palacio había de aparecer en el cuadro con todo detalle y exactitud, tal como era en la realidad. El maestro dijo que así lo haría pero puso como única condición que nadie mirara el cuadro hasta que estuviese terminado. La condición fue aceptada, y el maestro se puso a trabajar en solitario.


Al cabo de un tiempo llamó al rey y descubrió el cuadro en su presencia. El rey lo miró sin salir de su asombro. En un gran lienzo vio pintado un bosque y un río y una alta montaña y un cielo azul. Un cuadro soberbio. “Pero -exclamó el rey cuando logró salir de su sorpresa y recobró el habla, -¿adónde está mi palacio?”. El maestro sonrió y señaló dulcemente: “Si su majestad se fija bien, allí, al pie de la montaña, al borde de la selva, en el remanso del río, hay un puntito diminuto. Ese es su palacio”. Y antes de que el asombro del rey se cambiase en protesta y su ceño en furia, añadió: “Su majestad me ordenó que pintara el palacio tal como es en realidad. Pues bien, en la realidad de la creación de Dios todopoderoso, su palacio es tan solo un puntito insignificante. Ahora, si su majestad se digna mirar a ese puntito a través de una lupa, podrá comprobar que no falta en él un solo detalle de su palacio”.

Tal era el arte de los grandes maestros de la pintura india. Y tal era la sabiduría de ver la vida del hombre en relación con la realidad eterna e infinita del plan de Dios y su creación total. El rey esperaba que la imagen de su palacio llenase el lienzo entero. El hombre hace que la imagen que tiene de sí mismo llene toda su conciencia. Y eso le trae problemas. El palacio puede quemarse, puede ser destruido por un terremoto o capturado por un ejército. Y a fin de cuentas, hay que abandonarlo al morir. Eso condena al rey al miedo en su vida y al dolor en su muerte, pues pone su orgullo en sus propias obras. En cambio, la visión amplia del pintor sabio trae equilibrio, proporción y paz.

El paisaje de la fe es el que da profundidad, relieve y firmeza a la vida humana. Para enseñarle esa lección al orgulloso rey el maestro pintor accedió a salir de su retiro en la selva. Todos necesitamos una lección de perspectiva para pintar nuestro autorretrato “tal como es en realidad”.


Es importante la oración para sabernos chiquitos ante Dios, y al mismo tiempo, si nos “miramos con lupa”, desde el amor de Dios, saber que somos una maravilla en sus manos.



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