sábado, 13 de febrero de 2010

Homilia Domingo 6 Ordinario.

Homilia Domingo 6 Ordinario.

Padre Alejandro Illescas Molina. SF.


DONDE ESTÁ TU TESORO AHÍ ESTÁ TU CORAZÓN


¿A qué aspiramos para ser felices? Saberlo nos habla del camino que seguimos.

¿Pedimos que Dios nos haga lo que nosotros queremos o buscamos hacer lo que Dios nos pide estando más atentos a las necesidades de los otros que a las nuestras?

¿ESTAR CONTENTO O SER FELIZ?

Estar contento y ser feliz no es lo mismo. Estar contento tiene que ver con nuestro estado de ánimo y su contrario seria estar triste o enojado. Ser feliz, en cambio, tiene que ver con la paz interior de la persona, con el ser plenamente lo que debemos ser; y su contrario es estar amargado o insatisfecho, no tener sentido en la vida.

El estar contento es momentáneo y depende de factores externos que satisfacen algún tipo de necesidad: comida, cariño, tiempo libre, etc. El ser feliz no depende del momento ni de factores externos y por eso se puede estar triste y ser feliz, o enojado y ser feliz.

Para entenderlo, nos pueden ayudar unos ejemplos. Si un niño sabe que tiene que hacer la tarea y se va a jugar, está contento pero no puede ser feliz (lleva encima una conciencia que le recuerda durante el juego o al terminarlo que no está haciendo lo que debe); si un adulto sabe que debe hacer dieta de algo que no le hace bien y la rompe, estará contento de momento pues le gusta lo que come, pero está poniendo una barrera a su felicidad, pues no esta haciendo lo que debe (o mejor, no está siendo lo que debe ser); si una mamá no quiere castigar a su hijo por evitarse problemas, estará de momento más contenta, pero a la larga no será feliz y tendrá más problemas. Pues no está amando a su hijo ni ayudándolo a ser lo que debe.

Claro que se puede ir acallando la conciencia y vivir contentos sin pensar en responsabilidades, pero podemos estar seguros que eso no nos hará felices, nos evadirá de nuestra realidad. La felicidad produce paz interior, alegría verdadera, el estar contento no necesariamente. La felicidad tiene que ver con la ética y debe preferirse al simple estar contentos.

Muchas veces renunciamos a la felicidad por un rato de contento. Si nuestro objetivo en la vida de cada día es sólo estar contentos, seguramente estaremos más vacíos conforme va pasando nuestra vida, y cada vez nos será más difícil conseguir un rato de contento pleno. (El que se acostumbra a comer manjares suculentos tendrá dificultad para poder disfrutar un plato sencillo y por tanto sus ratos de contento con la comida se reducirán mucho).

Muchos ancianos a los que se les pregunta si fueron felices en su vida, responden que en muy contadas ocasiones, ¡nunca entendieron lo que es la verdadera felicidad y redujeron ésta a pasar momentos agradables! Y lo mismo les pasa a muchos adolescentes, jóvenes y adultos que reducen su vida (y su felicidad) a buscar egoístamente sólo placeres momentáneos (alcohol, sexo, fiestas, vacaciones, etc. que en sí son cosas buenas pero si no se usan como se debe, van vaciando a la persona pues no le permiten ser lo que debe, para lo que fue creada).

Cuando Jesús encuentra a la samaritana y le pide de beber, la conversación versa sobre el agua. Jesús habla del agua viva y se refiere a la verdadera felicidad; la mujer habla del agua que da placer, que quita la sed de momento. Jesús le dice que el hombre tiene sed de felicidad, de Dios y no sed de estar contento. Tiene sed de amor y el egoísmo sólo agranda esa sed.

Pero ¡nos cuesta tanto ser felices por lo engañoso que es el placer! Estamos en esta tierra para ser felices, no para vivir contentos. Por eso el Evangelio nos recuerda: “El que quiera guardar su vida la perderá, pero el que entregue su vida por amor, la encontrará”. No se trata de sufrir por sufrir sino de sacrificar un rato de contento cuando nos puede impedir que seamos felices.

Jesús fue el hombre más feliz que ha existido y no siempre estuvo contento: lloró, pasó hambre, no tenía donde reclinar la cabeza, fue abandonado y traicionado por sus amigos, incomprendido, etc. Pero fue feliz ¿lo creemos?


“… La felicidad no depende de las riquezas ni de tener éxito en la carrera, ni de darse gusto a uno mismo en todo… La verdadera felicidad consiste en hacer felices a los demás” B.P.

- Ojo con los cultos de pedir a San Judas y demás santos, ojo con nuestras maneras de actuar o hacer política, ojo con nuestra manera de juzgar a los hermanos... cuando van en contra de lo que Jesús nos dice en las bienaventuranzas.

domingo, 7 de febrero de 2010

Homilia Domingo 5° Ordinario C.


Homilia Domingo 5° Ordinario C.


Por el Padre Alejandro Illescas Molina. SF



Pedro estaba muy seguro de saber pescar. Los peces se esconden durante el día, y si en la noche no se pudo pescar, en el día menos.

Jesús lo invita a mirar más allá, a creer en lo insólito, a fiarse de Él.

No sin dificultades, Pedro, confía en su palabra… y redescubre su pequeñez, se vuelve a ver a sí mismo insignificante ante la grandeza de Dios.

Lo mismo le pasó a Isaías en la visión del Templo y a Pablo, que después de su presuntuosa persecución de la Iglesia, ahora se considera como un aborto indigno en la tarea apostólica. Ya no confía en sí, sino en Dios.


PINTA MI PALACIO

Había una vez un rey de la India que edificó un palacio. Era el palacio más maravilloso que jamás se hubiera construido sobre la tierra y, cuando estuvo concluido, el rey, orgulloso de su obra, concibió el deseo de que el mejor pintor del reino hiciera un cuadro donde se viera todo el palacio en su esplendor.

El gran maestro pintor se había retirado ya y vivía en la selva, pero aceptó volver a coger los pinceles en servicio de la corona y del pueblo. Cuando estuvo ante el rey, el rey le insistió que el palacio había de aparecer en el cuadro con todo detalle y exactitud, tal como era en la realidad. El maestro dijo que así lo haría pero puso como única condición que nadie mirara el cuadro hasta que estuviese terminado. La condición fue aceptada, y el maestro se puso a trabajar en solitario.


Al cabo de un tiempo llamó al rey y descubrió el cuadro en su presencia. El rey lo miró sin salir de su asombro. En un gran lienzo vio pintado un bosque y un río y una alta montaña y un cielo azul. Un cuadro soberbio. “Pero -exclamó el rey cuando logró salir de su sorpresa y recobró el habla, -¿adónde está mi palacio?”. El maestro sonrió y señaló dulcemente: “Si su majestad se fija bien, allí, al pie de la montaña, al borde de la selva, en el remanso del río, hay un puntito diminuto. Ese es su palacio”. Y antes de que el asombro del rey se cambiase en protesta y su ceño en furia, añadió: “Su majestad me ordenó que pintara el palacio tal como es en realidad. Pues bien, en la realidad de la creación de Dios todopoderoso, su palacio es tan solo un puntito insignificante. Ahora, si su majestad se digna mirar a ese puntito a través de una lupa, podrá comprobar que no falta en él un solo detalle de su palacio”.

Tal era el arte de los grandes maestros de la pintura india. Y tal era la sabiduría de ver la vida del hombre en relación con la realidad eterna e infinita del plan de Dios y su creación total. El rey esperaba que la imagen de su palacio llenase el lienzo entero. El hombre hace que la imagen que tiene de sí mismo llene toda su conciencia. Y eso le trae problemas. El palacio puede quemarse, puede ser destruido por un terremoto o capturado por un ejército. Y a fin de cuentas, hay que abandonarlo al morir. Eso condena al rey al miedo en su vida y al dolor en su muerte, pues pone su orgullo en sus propias obras. En cambio, la visión amplia del pintor sabio trae equilibrio, proporción y paz.

El paisaje de la fe es el que da profundidad, relieve y firmeza a la vida humana. Para enseñarle esa lección al orgulloso rey el maestro pintor accedió a salir de su retiro en la selva. Todos necesitamos una lección de perspectiva para pintar nuestro autorretrato “tal como es en realidad”.


Es importante la oración para sabernos chiquitos ante Dios, y al mismo tiempo, si nos “miramos con lupa”, desde el amor de Dios, saber que somos una maravilla en sus manos.